domingo, 21 de noviembre de 2010

Mike (2ª Parte)

Me levanté para seguirla con la mirada, pero no la encontraba. Distinguir personas que se marchan de espalda cuando la zona está llena de gente no es nada fácil. Metí el dinero de la cesta, sin ni siquiera darme cuenta cuánto llevaba, para levantarme veloz y echar a correr en su busca. Tenía que serlo. Seguro que era ella. Aún tengo su nombre tatuado en el corazón. Dejadme en paz, sé que habían pasado más de 6 años de entonces, pero era la única persona que me comprendía. Necesitaba hablar con ella, saber qué era de su vida. Saber si encontró a esa persona que llenara el espacio en su corazón que no logré ocupar yo. Eché la mirada al bulto de personas que se evitaban y se iban esquivando para seguir su marcha a cualquier lugar. No la encontraba. ¡Joder! ¿Cómo podía haberla perdido? No, aún no la había perdido. Me negaba a aceptarlo. Eché a correr en la misma dirección en la que ella había andado. Inspeccionaba cada rostro de cada persona que veía. No podía haber ido muy lejos. Pero habían calles perpendiculares a la que estaba y era posible que hubiera cambiado de dirección y haberse metido en alguna de esas calles, pero mi intuición me decía que no, que lo mejor era seguir recto. Así que decidí girar a la izquierda. Mi intuición me había fallado una vez tras otra desde que nací. Y si algo había aprendido en la calle es que la intuición te termina escupiendo en la cara y riéndose de ti. La callé que escogí era más estrecha y bastante menos transitada. Entonces vi un cuerpo delgado ataviado con un abrigo negro que cubría casi desde el cuello hasta las rodillas. Y encima de él había un pelo castaño rizado largo. Era ella.  Empecé a correr como nunca había corrido. No se me iba a escapar. No me echaba nada a la boca desde el día anterior, y mis piernas sin fuerzas me estaban llamando de todo, pero no importaba. No sabía de donde sacaba las fuerzas, el caso es que las piernas no tienen cerebro y no pueden decir que no. Era yo el que lo tenía y era yo el que mandaba a mi cuerpo. Llegué hasta ella y de mí sólo salió un intento de voz transformado en un "perdona" sin aliento. Estaba cansado a decir verdad. No había recorrido mucha distancia, pero mi estado físico y psicológico no estaba para muchos trotes. Ella se giró y me miró a los ojos. Se asustó y se echó para atrás. No dijo nada. Yo seguí hablando:
-Perdona, no voy a hacerte nada. ¿Te acuerdas de mí? Soy Mike, estuve saliendo contigo hace unos cuantos años.  Tú nombre es...
- Jillian. Estuve saliendo con un Mike... Pero no eras tú. Él era, no sé, distinto...
- Soy yo, ¡te lo juro!Me fui de la ciudad a estudiar, pero volví sin terminar la carrera. Tú también te fuiste, pero por lo visto, el destino fue otro bastante diferente al mío - Parecía francamente asustada. Dio unos pasos atrás sin dejar de mantener la mirada. Sus ojos me dijo todo lo que tenía que oír. Tenía los ojos cristalinos. Era ella, pero no quería que yo fuera yo. Se esperaba otra cosa de mí. No podía ser un rey de castillos de cartón. Se dio media vuelta y marchó a toda velocidad. Vi como una lágrima saltó y brilló al pasar la luz de No me moví. Sabía que ella seguí viva, y ella sabía que yo seguía existiendo. Estaría por ahí, en alguna calle del centro de la ciudad. Vendría el día que estuviera preparada para hablar y saber de mí. Sé que vendrá. Entonces, metí la mano en el bolsillo de mi abrigo y saqué su contenido. Había cuatro euros y un cigarrillo. No está mal. Fui para un restaurante de comida barata y rápida y pedí a un joven fuego. Fue el mejor cigarrillo que había fumado. Cuando llegué le di la última calada al cigarro y lo chafé y tiré a la papelera. Mis piernas ya no se quejaban, sonreían al notar ese olor a caloría bruta.


2 comentarios:

  1. Ahora me ha recordado a Báilame el agua.

    Tercera parte, no?

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  2. jajaja. No creo que tenga tercera parte, pero se verá. Quizás me anime

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